Preocupación Patológica: ¿Por qué no puedo dejar de darle vueltas a las cosas?
Iñaki Estellés Frade
5/8/20256 min read
Preocuparse es algo natural. Todos lo hacemos en mayor o menor medida, y en ciertas ocasiones puede incluso resultar útil, ya que nos prepara para afrontar retos o resolver problemas. Sin embargo, la preocupación se vuelve problemática cuando es constante, intensa y difícil de controlar. En lugar de ayudarnos, empieza a robar nuestra paz mental, interfiere con el disfrute diario y puede llegar a afectar nuestra salud emocional.
¿Cuándo la preocupación deja de ser normal?
La preocupación es una forma de pensamiento recurrente sobre posibles amenazas futuras, sobre catástrofes imaginadas, sobre incertidumbres y sobre posibles riesgos. Es decir, cuando nos preocupamos, solemos iniciar un monólogo interno continuo y repetitivo, centrado en posibles amenazas o situaciones adversas que podrían ocurrir.
“Me preocupo antes de ir al trabajo. Pienso que, si el coche se avería, llegaré tarde a la reunión, tendré que inventarme una excusa, mi jefe se enfadará conmigo, ¿y qué sucederá si me pide mi opinión y no estoy preparado? Me preocupo constantemente, pensando si lo he hecho todo bien o si he cometido algún un error en el informe. ¿Y si no es bastante bueno? Pensarán que soy un incompetente. ¿Y si se arrepienten de haberme contratado? ¿Qué diré si me preguntan algo que no sé? Todo esto es excesivo. Me preocupo antes y durante la reunión y, cuando vuelvo a mi despacho, ya no puedo más. Termino perdiendo el control y rompiendo a llorar”.
Este proceso mental no se presenta en forma de imágenes, sino más bien como una conversación interna constante que intenta anticipar soluciones, aunque muchas veces sin éxito real. Esta cualidad verbal hace que, a veces, no seamos del todo conscientes de que estamos preocupándonos: simplemente “pensamos mucho”, pero sin llegar a ninguna conclusión clara.
La preocupación implica una catastrofización y es subjetivamente difícil de controlar. Si bien se considera que este proceso es un mecanismo de afrontamiento, el proceso en sí mismo puede llegar a convertirse en el foco de preocupación. Este tipo de preocupación por la preocupación es un concepto clave.
Cuando estamos pasando un época de estrés (mudanzas, obras, cambio de trabajo, nacimientos...), las preocupaciones suelen incrementarse. Hay ocasiones en las que estas preocupaciones pueden versar sobre tema específicos mientras que en otras las preocupaciones pueden ser de varios aspectos cotidianos (familia, trabajo/colegio, dinero, amigos, salud propia, salud de las personas cercanas, pequeñas cosas como la puntualidad, el aspecto físico, asuntos nacionales o internacionales u otras cosas sobre las que la mayoría de la gente no se preocupa). Sin embargo, mantener estas preocupaciones durante más de 6 meses suele ser indicativo de que algo no está yendo bien.
No siempre es fácil ser consciente de que es un problema, muchas veces se considera que preocuparse es un rasgo de persona responsable. Recuerdo a una madre que decía ¿Qué tipo de madre sería yo si no me preocupase por mi hija?
Algunas preguntas que pueden ayudarte a identificar son:
¿Te consideras una persona que se preocupa con facilidad?
¿Qué cantidad de horas del día te sientes ansioso o preocupado?
¿Consideras que tus preocupaciones son demasiado frecuentes, intensas o duraderas?
¿Te producen ansiedad tus preocupaciones? ¿Cuanta?
¿Te preocupa no preocuparte? ¿Consideras que preocuparte es una señal de responsabilidad?
¿Te preocupa no poder dejar de preocuparte nunca? ¿Crees que puedes perder el control de tu mente?
Si necesitas concentrarte en algún tema o actividad ¿Eres capaz o sigues con la preocupación en la cabeza?
Una de las razones por las que la preocupación puede pasar desapercibida como un problema es que, en la mayoría de los casos, la persona la percibe como parte natural de sí misma. A esto se le llama ego-sintonicidad, y significa que quien se preocupa mucho no suele ver sus pensamientos como algo extraño o inapropiado, sino como parte de su personalidad: "yo soy así", "siempre he sido muy previsor/a", "necesito darle vueltas a las cosas"...
Esto contrasta con otros tipos de pensamientos negativos más invasivos, como las obsesiones propias del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), que sí suelen vivirse como ego-distónicas, es decir, como pensamientos que la persona rechaza, considera ajenos y muchas veces perturbadores. Por ejemplo, una persona muy religiosa que tiene pensamientos blasfemos puede sentirse profundamente angustiada porque esos pensamientos no encajan con su sistema de valores.
Preocupación vs. obsesiones: ¿en qué se diferencian?
Aunque tanto la preocupación como las obsesiones pueden generar un gran malestar, existen diferencias importantes entre ellas:
Duración y forma: Los pensamientos obsesivos suelen ser más breves, intensos y acompañados de imágenes mentales vívidas. En cambio, la preocupación es más verbal, repetitiva y sostenida en el tiempo.
Voluntariedad: Las preocupaciones suelen experimentarse como pensamientos voluntarios o semi-voluntarios. Las obsesiones, en cambio, se sienten como pensamientos intrusivos no deseados.
Contenido: Las obsesiones pueden involucrar impulsos o deseos no característicos de la preocupación (como hacer daño o actuar de forma inapropiada). La preocupación suele centrarse en situaciones futuras que podrían salir mal.
¿Y qué pasa con la rumiación?
Otra forma de pensamiento negativo persistente es la rumiación. Al igual que la preocupación, la rumiación también puede vivirse como ego-sintónica: muchas personas la perciben como una forma de entender sus emociones o buscar respuestas. Sin embargo, su foco es diferente:
La preocupación está orientada al futuro y suele girar en torno a peligros o amenazas potenciales.
La rumiación se centra en el pasado, en torno a pérdidas, errores, fracasos o sentimientos de insuficiencia personal.
Ambos estilos de pensamiento pueden generar malestar y contribuir al desarrollo o mantenimiento de trastornos de ansiedad o del estado de ánimo.
Intolerancia a la incertidumbre
La intolerancia a la incertidumbre es una característica psicológica que implica una gran dificultad para tolerar no saber qué ocurrirá. Las personas que la presentan suelen experimentar ansiedad intensa en contextos ambiguos, donde no hay respuestas claras ni control total.
Esta característica está muy relacionada con la preocupación crónica y es uno de los objetivos clave en los tratamientos psicológicos para el trastorno de ansiedad generalizada (TAG). Trabajar estas creencias negativas permite que la persona aprenda a convivir con la incertidumbre sin que esta controle su bienestar.
¿Por qué nos preocupamos tanto?
Aunque pueda parecer simplemente molesta, la preocupación cumple a veces una función psicológica. Desde la psicología, se entiende como una estrategia de evitación emocional que opera de tres formas principales:
Disminuye la ansiedad física: al centrarnos en pensamientos repetitivos, el cuerpo puede evitar experimentar síntomas físicos como palpitaciones o tensión muscular.
Actúa como una forma de “preparación constante”: la mente trata de anticiparse a posibles problemas para sentir que tiene cierto control sobre lo incierto.
Desvía la atención de emociones más profundas: centrarse en detalles concretos ayuda a evitar sentimientos difíciles como el miedo al fracaso o la soledad.
¿Por qué las personas ansiosas tienden a anticipar lo peor?
Al igual que en muchos otros problemas psicológicos, existe influencia de factores genéticos y ambientales (histórico-biográficos y sociales). Los factores ambientales pueden ser experiencias tempranas de estrés (ej. perdida de una casa), traumas (ej. maltrato), los estilos de apego, las prácticas de crianza, estilos de afrontamiento personales o familiares, situación económica, etc.
Esta conjunción de factores conforman una vulnerabilidad constitucional, manifiesta en la tendencia a anticipar que los acontecimientos negativos serán impredecibles e imposibles de controlar. En otras palabras, las personas con esta predisposición creen que los problemas llegarán de forma inesperada y que no tendrán recursos suficientes para afrontarlos, lo que alimenta aún más la preocupación constante y la ansiedad. Este patrón mental no solo intensifica el malestar, sino que puede dificultar la toma de decisiones y la capacidad de disfrutar del presente.
Las personas con ansiedad tienden a prestar más atención a señales que interpretan como amenazas, tanto externas como internas (sensaciones físicas, imágenes o pensamientos). Además, suelen interpretar situaciones ambiguas como negativas o peligrosas, lo que refuerza sus miedos y mantiene activo el ciclo de la preocupación.
Por ejemplo, una situación incierta que otra persona podría ver como una oportunidad, alguien con alta ansiedad podría interpretarla como una amenaza. Esta tendencia al pensamiento catastrófico dificulta afrontar el futuro con confianza y esperanza.
Además, la preocupación excesiva consume una gran parte de recursos mentales, reduciendo la capacidad de concentración y aumentando la interferencia de pensamientos negativos. El control atencional es la capacidad de concentrarse voluntariamente, ignorar distracciones y redirigir el foco mental. Este control, que depende de áreas cerebrales como la corteza prefrontal, es fundamental para mantener la calma y resolver problemas. La preocupación patológica puede llevar a una sensación de estar mentalmente “secuestrado” por las preocupaciones, dificultando la productividad, el descanso e incluso las relaciones personales.
Aprender a identificar y manejar los tipos de preocupación
Una herramienta útil consiste en diferenciar entre dos tipos de preocupaciones:
Preocupaciones que pueden resolverse: El objetivo es actuar, tomar decisiones y generar una sensación de control.
Preocupaciones que no pueden controlarse: se aprende a tolerarlos sin que dominen la vida diaria, reduciendo poco a poco su intensidad y frecuencia.
Conclusión: la preocupación se puede transformar
La preocupación no tiene por qué convertirse en una carga constante. Entender sus mecanismos y trabajar en ellos con acompañamiento profesional permite recuperar la calma, mejorar la toma de decisiones y convivir mejor con la incertidumbre. No se trata de eliminar las preocupaciones por completo, sino de aprender a gestionarlas de forma que no nos limiten.
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